MónicaF.
(fotografía:desconozco autor)
Parece que no podía de ser de otra manera. Después de enterarnos de que se está incluso preparando un guion sobre los fatídicos acontecimientos que vivieron los 33 mineros chilenos al ser enterrados sin posibilidades de salir hasta mucho tiempo después, un periodista aprovecha la ocasión para sacar una novela en tono de thriller sobre los acontecimientos ocurridos durante el rescate.
Porque parece, que el periodista Jonathan Franklin , el autor de la novela, tuvo información privilegiada de la situación debido principalmente a que se mezclaba mucho con la población chilena, como cuenta el mismo: "Yo entiendo muy bien la cultura chilena. Además, muchos de los periodistas usaban su automóvil para ir de la ciudad al campamento. Yo iba en autobús, conocía a familiares en el autobús. Se dieron cuenta de que me permitían entrar en todos los lugares".
Esto le valió al autor, mas de una exclusiva para The guardiany The washington Post. Siendo capaz de llegar antes que nadie para terminar reconstruyendo la historia de Los 33. En la novela, construye una historia que nos relata los pensamientos durante los dos meses que estuvieron atrapados en la mina los chilenos. su lucha contra la depresión, la oscuridad y la hambruna.
Según cuenta el autor en unas declaraciones: "Era una cara muy conocida después de diez semanas. Cuando salió Mario Sepùlveda echaron a todo el mundo del hospital y él dijo que me llamaran. Yo estaba en la primera fila. Ni los ayudantes del presidente de Chile, Sebastián Piñera, estaban allí", ha asegurado.
El libro cuenta con una estructura puramente novelesca, a modo de thriller.Nos muestra las vivencias de los mineros alternadas con narraciones de sucesos del exterior, con una perspectiva nunca antes enfocada en este asunto. Además tiene un toque optimista.
"La gente tiene muchos prejuicios, piensa que los humanos se van a matar cuando hay mucho estrés, pero tienen mucha más capacidad. El libro demuestra todo lo bueno que somos capaces de hacer los humanos, que la gente es capaz de alcanzar logros increíbles", ha indicado.
La Habana,4 feb(PL)Los escritores venezolanos tendrán una presencia dominante en la próxima feria cubana del libro, que honrará la literatura de los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba). Con una participación sostenida desde hace varios años, Venezuela estará representada por algunas de sus figuras más conocidas como Luis Britto García (Premio Alba de Las Letras 2010), Laura Antillano y Sol Linares, ganadora del concurso Alba Narrativa el pasado año. Autores de varias generaciones dialogarán durante 10 días con el público y la periodista e investigadora Eva Golinger presentará una versión actualizada de Enciclopedia de injerencia: La telaraña imperial. Numerosas casas impresoras de ese país suramericano participarán en la cita editorial, entre ellas El perro y la rana con propuestas como El libro más triste del mundo, de Otilio Carvala, y la antología poética Asalto al cielo. El programa venezolano incluye dos conferencias de Britto, una de ellas Repercusión mundial de las independencias latinoamericanas, y dos de Antillano, quien presentará el volumen Leer a la orilla del cielo. Entre las novedades destaca la cooperativa editorial La mancha, cuyo proyecto encabezan Oscar Sotillo, Jannete Rodríguez y Dayana López. La etapa habanera de la feria será del 10 al 20 de febrero y luego esta se extenderá a toda la isla para concluir en la oriental Santiago de Cuba el 6 de marzo. ag/may VIA |
En el, ahora, amplio panorama literario y rica cultura peruanos, la presencia de José María Arguedas se ha hecho imprescindible, más aún si se quiere interpretar cualquiera de los espacios en los que el propio ciudadano o poblador peruano es protagonista, más allá del disfrute estético de sus obras literarias. A cien años de su nacimiento y a cuarenta y dos de su trágica muerte, esa presencia ha servido también para observarnos como ciudadanos de un país por demás extraordinario en historia, tradición, sabiduría y todo lo que se puede encerrar bajo el general y amplio concepto de cultura.
Basta repasar la historia literaria de los últimos quinientos años, iniciada por Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala, que sumada a los más de dos mil años de tradición literaria oral (cantos, ritos y leyendas) e iconográfica (textiles, ceramios y tallados) de todas las culturas que se desarrollaron en este territorio que luego se llamó Perú, para entender que la mirada de José María Arguedas es una especie de aguijón imposible de no sentir.
Si bien el escritor andahuaylino es considerado, principalmente, como autor de novelas y poemas, un artista de la palabra, y los críticos y académicos lo han encasillado en la corriente del indigenismo o indianismo, hay otras dimensiones del conocimiento social en el que ha hecho importantísimos aportes, con los que cada vez entendemos mejor nuestra compleja cultura.
La antropología peruana, por ejemplo, le debe mucho a José María Arguedas por los trabajos etnológicos y etnográficos que hizo sobre mitología prehispánica, música popular, folklore, el idioma quechua, la educación popular, historia y costumbres de pueblos andinos, hasta entonces ignorados por la visión “costeña” o centralista del que el Perú aún no puede despercudirse. Resultado de esas investigaciones están la revaloración de expresiones artísticas y rituales como “la danza de las tijeras” o la fiesta patronal en honor a la Virgen de la Candelaria, de Puno.
Al mismo tiempo, el país le debe a Arguedas, una de las miradas, enfoques, puntos de vista más interesantes y sinceras que se tiene de la realidad peruana, no solamente de la etapa que a él le tocó vivir, sino de toda la historia de un país que ha crecido desgarrado por miradas y percepciones divergentes, por la permanente y violenta pugna de culturas y por un proceso de mestizaje muy complejo y de sincretismo cultural único (entendiendo sincretismo cultural como reinterpretación). Pero, tal vez, sea la emotiva manera de retratar el Perú, desde la artística contemplación literaria hasta la estricta percepción científica social, que defendió hasta el último instante de su vida, el mayor aporte que este sencillo hombre provinciano hizo a un país tan entreverado y heterogéneo, tan desangrado y humillado, tan rico y opulento, tan diverso y hermoso, tan sufrido, tan amado.
Sin embargo, así como fue querido y respetado, Arguedas sufrió el artero ataque de quienes no comprendieron, o no quisieron hacerlo, el fondo de su obra literaria y propuesta cultural, lo que terminó sumiéndolo en la depresión, la que ya era parte de su vida íntima desde que, de niño, tuvo que huir de la casa para refugiarse en una alejada hacienda andina para recibir amor. Su vida personal, esa historia interna que lo atormentaba, que fue inseparable de su expresión artística y científica, también tuvo que salir a flote durante su matrimonio, su desempeño como funcionario público, como docente escolar y universitario, como escritor y como amigo, para terminar de carcomer su espíritu que, como él mismo dijo, sobrevivía solo por amor al Perú.
Pero tal parece que hemos ido leyendo la obra de Arguedas y comprendiendo, de alguna manera, la forma cómo él vio el Perú, y no hemos hecho lo que nos ha ido proponiendo en cada una de sus páginas, ver el Perú. Seguimos estudiando, y por supuesto disfrutando la obra de Arguedas, pero no hemos hecho la tarea de percibir al país desde aquellos lados oscuros con los que se manifiesta, sus canciones, danzas, costumbres, ritos y formas de convivencia que son, finalmente, los aspectos en los que se reconoce el espíritu de un país, una nación.
Al decir “lados oscuros” me refiero a que, a pesar de que conocemos y hemos visto muchas manifestaciones culturales, tanto de las grandes ciudades o de las pequeñas comunidades, aún no las hemos hecho nuestras, siguen siendo vistas como “alejadas” o del “interior”, o de las “provincias”, como si se trataran de sucesos de un espacio, un mundo, una cultura ajena a la nuestra. No hay un interés subliminal o subjetivo de presentar los otros rostros del Perú, como dicen los modernos detractores de Arguedas, sino de recordar que el encargo intelectual del autor de “Todas las sangres” fue hacer que aquellos pueblos olvidados y marginados, con todo y su cultura, su pobreza y su historia, puedan sobreponerse a su estado de degradados y continuar su vida al compás de un progreso que no se traduce en riqueza monetaria, sino en calidad de vida.
Difícil de comprender para algunos intelectuales, que no han ido más allá de las páginas de “Los ríos profundos” o “Agua” para encontrarse con un Perú más rico aún, más allá de las montañas y entre los cálidos valles andinos, donde habitan, cantan y bailan y siembran la tierra y saludan a sus dioses y se adornan los sombreros con flores y que esperan tener su oportunidad para ser, también peruanos. Errónea la forma de pensar aquella que dice que ver el Perú desde adentro es no avanzar. “Avanzar” ¿cómo? ¿hacia dónde? Errónea la forma aquella de decir, como muchos “costeños” o “urbanos” impostados que escuchar huayñitos es atraer la pobreza.
La obra de José María Arguedas es un moderno y emotivo fresco de la realidad peruana del siglo veinte, desde donde se puede ver el pasado y proponer el futuro, como lo han hecho los antiguos peruanos en su visión circular del mundo. En “Agua” (1935), en que reúne sus tres primeros cuentos, se manifiesta el conflicto social y cultural en una comunidad andina desde los ojos de un niño; éste se ubica en medio de los “blancos” y los “indios”, abusivos y prepotentes aquellos, y sufridos pero solidarios los últimos; pero sobre todo aparece, como protagonista de la literatura peruana, la cultura andina vista como un espacio en que los hombres viven con los mismos sentimientos y experiencias que en cualquier otra comunidad, costeña, urbana o “moderna”. Este es el primer aporte de Arguedas a la literatura peruana, pasar del indigenismo al indianismo y de ahí al cholismo. Ese niño de los cuentos de “Agua” no es un indio, tampoco un misti, es un cholo.
Luego vendría la novela “Yawar fiesta” (1941), en la que, desde el punto de vista de pobladores mayores de una comunidad, que tienen la cualidad de analizar su propio contexto, se refleja la realidad y los conflictos culturales en los que se desenvuelven las comunidades andinas, las que aún se expresan a través de sus antiguas manifestaciones a pesar de que ya están imbuidas en el ritmo y proceso impuesto por las culturas foráneas.
En “Los ríos profundos” (1958), su obra estilísticamente superior artística y literariamente, Arguedas propone, desde una perspectiva más madura, el conflicto que supone el tránsito de una cultura a otra de un personaje que a la vez transita de la niñez a la adolescencia. Es además una metáfora del tránsito cultural de los pueblos andinos, un proceso de siglos que ha terminado por convertirlos en espacios sociales ambiguos, intermedios, con profundos elementos y manifestaciones ancestrales y a la vez con extraordinarias asimilaciones de la modernidad. Esto es ser cholo. En esta novela, es protagonista también el lenguaje, que en voz de su protagonista, muestra el conflicto del autor por querer expresarse en quechua y castellano, lo que marcará luego una de sus frustraciones: el no poder hacerlo.
En 1961 publica “El Sexto”, novela también autobiográfica ambientada en una de las prisiones más lúgubres de Lima, en la que fue recluido Arguedas por asuntos políticos. Nuevamente aparece el conflicto, el enfrentamiento de clases y grupos sociales, ilustrados a través de la lucha entre el bien y el mal, la violencia y la solidaridad. Es la primera obra literaria de ambientación urbana, o limeña, y la primera en la que Arguedas se expresa totalmente en castellano, sin que esto lo aleje de su punto de vista andino, o provinciano.
Será con la novela “Todas las sangres” (1964) con la que intentará Arguedas concentrar, presentar y entender el mundo andino en toda su dimensión, pero sobre todo intentará que el lector, al que supone leal y solidario, sea quien entienda y asuma ese mundo como propio. Arguedas intenta hacer entender que el país está conformado por todas las razas y culturas y que sus habitantes, herederos de esas razas y culturas, son parte de ese país, por lo tanto se comprenda y asuma esa identidad, unidad y espíritu, como necesarios para concretar una convivencia armoniosa y pacífica. Pero “los analistas, sociólogos y críticos” no lo entienden, por lo tanto los lectores tampoco lo hacen. El mundo de “todas las sangres” seguirá siendo ajeno, un invento, una ficción, una historia que no expresa la realidad.
José María Arguedas escribió más cuentos y recuperó y tradujo leyendas y mitos, también hizo poesía, excelente poesía, publicó sus estudios antropológicos, impulsó la investigación desde sus cargos de director de museos, estimuló la educación en los pueblos andinos, transmitió sus propuestas a través de la docencia universitaria, debatió con escritores e intelectuales de otros países, defendió el arte como punto de partida de la expresión literaria sin dejar de lado la perspectiva personal o autobiográfica, alentó a los jóvenes a estudiar y escribir sin miedo, protegió las ancestrales manifestaciones culturales, pero sobre todo buscó que se trabaje por las comunidades postergadas de todo el país.
Mientras lo atormentaba la idea del suicidio, para escapar de sus problemas familiares y deshacerse de los demonios interiores, desprenderse de sus frustraciones como intelectual y artista, recibió premios y homenajes, fue jurado de premios literarios como el de Casa de las Américas y escribió entre insomnios, pastillas y viajes la novela “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, nueva mirada urbana de la condición humana a través de su experiencia como escritor, investigador y profesor. La novela se publicó en 1971.
Dos años antes, los últimos días de noviembre de 1969, José María Arguedas escribió las últimas notas de su diario y algunas cartas a sus amigos. Era el fin. Agradeció a quienes lo acogieron, quisieron y comprendieron; dio recomendaciones a amigos y alumnos, reflexionó sobre su vida y obra, y dispuso los asuntos finales sobre su sepelio; luego cogió un arma, se encerró en un baño de la Universidad La Molina y mirándose al espejo se disparó en la cabeza. La bala, caprichosa como los dos anteriores intentos de suicidio, y casi como toda su vida, le hizo una mala jugada y le hizo sufrir aún más. Tras cuatro días de agonía murió el 2 de diciembre.
Es decir, se murió pero no. Arguedas se ha mantenido más vivo que nunca. Cuando se habla del mejor escritor peruano del siglo veinte se habla de Vallejo y Arguedas, algunos más premiados y conocidos se molestan, pero así no más es. Arguedas es querido y leído, estudiado y citado, aún no comprendido del todo, es cierto, pero sigue siendo el maestro, el amauta, el apu, el artista peruano por excelencia.
Por Belén Aliberti,
Abelardo Castillo vive en Buenos Aires, ciudad en la que, pese a lo
que cree la mayoría de sus lectores, nació el 27 de marzo de 1935.
En pleno centro porteño, comparte con Sylvia Iparraguirre, su mujer,
una elegante casa de techos altos y muebles antiguos.
En la entrada, una esclarea. Y en el piso de arriba, dos sillones
savonarola que custodian un tablero de ajedrez; juego que
despierta la pasión del escritor.
Vistiendo una remera de Edgar Allan Poe y sentado en un confortable sillón
bordó, Castillo le cuenta a TN.com.ar qué opina de las nuevas tecnologías,
dónde piensa que se da hoy el encuentro reflexivo que antes tenía lugar
en las revistas literarias, cuáles fueron los autores que más lo marcaron
y qué significa ser escritor.
-De Sur hasta Contorno, pasando por Punto de vista y por las revistas en
las que usted formó parte (El Grillo de Papel, continuada por El Escarabajo
de Oro, y El Ornitorrinco): Esos cruces que antes tenían lugar en
las revistas literarias, ¿dónde se dan hoy?
-“No se dan realmente o tal vez se den en ciertas tertulias donde los
chicos intercambian sus textos. Sin embargo, son tantos los
jóvenes que están como diseminados y es como si no tuvieran un
contacto real el uno con el otro. Las revistas, en cambio, fueron
esenciales para la Literatura. Hoy eso se ha perdido.
Se podría decir que se las está reemplazando a
través de los blogs o de Facebook, pero yo lo dudo
bastante. En realidad, esas publicaciones son
exposiciones muy individuales; en general, parecen
más diarios íntimos que el encuentro reflexivo que se
daba a través de las revistas”.
-Hablando de las nuevas tecnologías, ¿cómo piensa que internet
influye en la labor de un escritor?
-“No sé hasta qué punto los cambios tecnológicos pueden influir
en la tarea del escritor. Creo que en algunos influye más y
en otros menos y que, particularmente, le es más útil a un
ensayista que a alguien que hace ficción porque,
en realidad, lo que internet facilita es el acceso a ciertos
datos. En mi caso, por ejemplo, cuando escribí la novela
El evangelio según Van Hutten, me permitió saber cuál
era la cantidad de cristianos que había en el mundo; cifra
que no había podido encontrar en ninguna enciclopedia.
Ahí entendí para qué está hecha internet; no está hecha
para el conocimiento sino para la información”.
Sylvia entra sonriente al living, con dos cafés y galletitas.
Dulce y amable, resulta simple entender por qué esa
señora rubia cautivó el corazón del escritor.
A ella, Abelardo le dedica todos sus cuentos: “Los ya escritos y los
que aún quedan por escribir pertenecen a un solo libro
incesante y a una mujer. A Sylvia”.
Y también por ella, confiesa, dejó el alcohol, vicio que lo acompañó
hasta sus 40 años. “Un día tomé la decisión y lo logré. Sylvia no creía
que iba a dejarlo pero lo hice y me fue fácil porque aunque
era alcohólico, no me gustaba la bebida sino el efecto que
ella producía en mí”, recuerda el intelectual. Según cuenta,
tomó la decisión durante el verano de 1974, en San Pedro,
ciudad ubicada a 164 kilómetros de Buenos Aires, en la que
se crió Abelardo y donde, actualmente, vive su familia.
Las huellas de Arlt, Borges y Marechal
A pocos días de cumplir 76 años, Abelardo sigue dedicando sus noches a
pluma y, pese a ser él uno de los escritores más reconocidos de Latinoamérica,
admite que la labor del literato no se valora.
“No creo que el trabajo del escritor tal como yo lo entiendo esté valorado
y tampoco sé si es necesario que lo esté porque la escritura no es
un oficio. No se trabaja de escritor, se es escritor”, explica.
Y ese camino, entiende, empieza a recorrerse de chico:
“Los libros que más nos marcan son los que leemos en
nuestra adolescencia”.
En su caso particular, Edgar Allan Poe y Jean-Paul Sartre son quienes
más la influenciaron. Y, entre los escritores del Siglo XX, destaca
la injerencia que sobre él tuvieron Roberto Arlt,Jorge Luis Borges
Castillo advierte, sin embargo, que el hábito se adquiere de chico:
“La lectura no se puede incentivar desde las grandes novelas,
sino que empieza realmente con las revistas de historietas
y los libros de aventura”. Por eso, sostiene, la tarea de incentivar
la lectura es hoy en día aún más complicada porque todo eso
“parece haber sido reemplazado por la computadora”.
Un sitio web propuso un original concurso a sus lectores: escribir una versión del tradicional cuento en el mismo espacio que un mensaje permitido en Twitter. La iniciativa fue un éxito: hubo más de 650 historias.
Sergio Bizzio sigue escribiendo como loco y sale con dos libros: En esa época y Un amor para toda la vida (Mansalva). De Edgardo Cozarinsky llega La tercera mañana (Tusquets). Y Lucía Puenzo saldrá con Wakolda (Emecé).
Consagrado pero casi secreto, Ricardo Strafacce, autor de una espectacular biografía de Osvaldo Lamborghini, verá publicada su Bula de lomo en Spiral Jetty. De los emergentes, Lola Arias publicará cuentos en Emecé y Pablo Katchadjian apuesta doble: Gracias (Blatt & Ríos) y Mucho trabajo (Spiral Jetty). Y Rodolfo Demarco es un inédito que estamos en condiciones de afirmar que dará que hablar con su novela Bombiya macabra (Blatt & Ríos).
La poesía festejará: la Obra Completa de Juan Gelman verá la luz en Emecé. Menos conocido pero igual de grande, Jorge Leónidas Escudero tendrá por fin su Poesía Completa (Ediciones en Danza). Y el poeta Jorge Aulicino –editor de Revista Ñ– verá sus Obras Reunidas en Bajo la Luna y su traducción de La Divina Comedia en una edición especial de Gog y Magog. La otrora punta de la poesía joven, Fernanda Laguna, tendrá también sus Obra Reunida en editorial Mansalva.
De la teoría al periodismo
La legión extranjera
Del japonés más popular de Occidente, Haruki Murakami, Tusquets traduce 1084. Con más de un millón de ejemplares, Murakami fue el más vendido en su país en 2009.
También de Japón, famosa y en Tusquets, Banana Yoshimoto verá en nuestro idioma su Recuerdos de un callejón sin salida. De Francia y en Anagrama, lo nuevo de Michel Houellebecq: El mapa y el territorio, ganador del Goncourt 2010. La misma editorial publicará lo ultimo de Amélie Nothomb, Viaje de Invierno.
Este año también podremos leer a la más famosa y premiada de los escritores finlandeses: Sofi Oksanen. Salamandra publicará su novela Purga. De la también boreal Islandia llegará Las mascotas (Bajo la Luna), de Bragi Ólafsson, poeta y narrador que fue bajista de los Sugarcubes, la banda de Björk de los ‘90.